La celebración de la Semana Santa y otros ritos católicos en Getsemaní hunden sus raíces en el origen mismo del barrio. Tiempo de hermandad, oración y vecindad.
Una relación sobre pobladores de Getsemaní en 1620 muestra un dato sorpresivo: hace cuatro siglos nuestro barrio, con apenas unas décadas de ser creado, tenía más habitantes que ahora. La salida del Mercado Público sacó del Centro a unas veinticinco mil personas, muchísimas nativas de nuestras calles.
Un riguroso y sistemático proceso se ha llevado a cabo desde que el Proyecto San Francisco recibió en 2015 la antigua sede del Club Cartagena hasta hoy, cuando su restauración avanza a buen paso de cara a la apertura del Hotel Four Seasons en 2022.
Desde niño ha estado vinculado al Cabildo de Getsemaní, del que ahora es el abanderado. Hoy es un joven arquitecto con gusto por la restauración, ideas claras sobre el barrio, el Cabildo y una manera muy estructurada de exponerlas.
¿Qué nombre viene a la mente al hablar de alguien que fue arquitecto, ingeniero, urbanista, pintor, instructor militar, aficionado a las matemáticas, la geometría y a la astronomía, escritor, expedicionario, botánico y entomólogo?
Esta es una excepcional fotografía redescubierta y colorizada por el historiador Hernán Reales Vega. Permite ver cómo era el Arsenal nueve años antes de la demolición de sus murallas en 1902 para darle paso a la construcción del Mercado Público.
Hablar de la calle del Arsenal necesariamente es hablar del puerto, del Apostadero, del playón, de la muralla, del Mercado Público y tantas otras cosas. Es una calle con muchísima historia, que ahora no resulta evidente para quien la transita. Para Getsemaní era la conexión directa con el mar. El nuestro fue un barrio portuario -como varios otros célebres en el mundo- hasta hace apenas un par de generaciones. Hoy ese carácter, lamentablemente, parece estar cayendo en el olvido.
Su puesto en la plaza de la Trinidad es el de la esquina con Carretero, justo al lado de la campana. Desde allí hace veinticinco años que alegra las tardes con sus jugos, el sustento de una familia de nuevos profesionales que buscan abrirse paso en la vida.
Concretar los diseños arquitectónicos suele ser un camino lleno de obstáculos prácticos y decisiones sobre la marcha. Fue el caso de la sede del Club Cartagena en Getsemaní. Justo hace un siglo sus directivos enfrentaban el reto de construir un edificio que querían fuera emblemático para la ciudad.
Al llegar a su clásica sede del parque Centenario, el Club Cartagena tenía treinta y cuatro años de fundado. ¿Por qué decidieron moverse a un lugar fuera del barrio de más tradición? ¿Cómo fueron aquellos años en Getsemaní?
En aquella lejana y fragmentada Colombia de los años 70 no sabíamos qué era eso de ser campeones mundiales de boxeo y casi de ninguna disciplina deportiva. Pero primero, en 1972, llegó Pambelé, del cercano San Basilio de Palenque y vecino habitual de Chambacú. Dos años después, Rocky Valdés, de Getsemaní, sería nuestro segundo campeón mundial.
“Diocleciano, acorde con el temperamento belicoso de la familia, fue quien introdujo el boxeo en el barrio. Detrás de la fachada de ladrillo, entre la fragua del padre y el tendal donde se hacinaba la parentela de hijos, nietos y arrimados, clavó los cuatro puntales del ring”.
Tener un puerto a la vuelta de la calle ha sido una fortuna para algunas comunidades del mundo. A La Boca, en Buenos Aires, la Barceloneta, en España o Bryggen, patrimonio de la Humanidad en Noruega, los hermana con Getsemaní el hecho de ser barrios marineros.
Las dos calles que bordean el parque Centenario entre la Media Luna y el antiguo hotel San Felipe tienen muchas historias por contar. Hoy son una avenida y, del lado del parque, un parqueadero informal y una estación de taxis. En su pasado se mezclan muy diversas aguas que nos dan pistas sobre cómo evolucionó Getsemaní.
Al comienzo, en 2013, parecía una apuesta rara en la esquina de Carretero con la plaza de la Trinidad. Un bar en un cascarón colonial que parecía cercano al derrumbe. Estaba destejado y así se quedó: con la vista hacia el cielo y un techo corredizo para cuando lloviera.
Mientras crecía en Emilia Romagna, región italiana conocida por su riqueza gastronómica, Ignazio Culicchia veía que cocinar en familia era como la vida misma. En vacaciones sus tías y sus familias dispersas por otras regiones se juntaban a compartir preparaciones y mesa. Esos sabores a Italia son los que se pueden probar todos los días en la calle de la Magdalena, en Getsemaní.
Al final de la calle del Arsenal y al comienzo del puente Román hay una construcción defensiva que ahora se ve apacible y muy apropiada para fotos al atardecer. Pero en la Colonia fue una respetable estructura militar y el bastión para defender a la ciudad por la entrada de la bahía interior.
¡Hay tanto de nuestra historia que creemos haber perdido para siempre! Pero una buena parte está todavía sepultada entre infinitos archivos antiguos, a falta de manos, ojos y mentes preparadas para llegar a ellos, interpretarlos y darles contexto.
A Antonio —de los Miranda de tradición en Getsemaní— la vida lo llevó afuera, lo trajo de nuevo y lo volvió a sacar. Pero él regresaba en las tardes, terco y paciente, a la plaza de la Trinidad de su infancia. Cuando parecía que el destino era quedarse en Los Corales, decidió retornar para vivir a la calle San Antonio. Aquí está lo suyo y aquí se va a quedar.
Sobre esta calle ha gravitado la presencia de la Obra Pía, construida entre 1640 y 1650, que ocupa buena parte de la manzana y cuyo frente da a la calle de la Media Luna. Su ampliación, en 1791, incluyó una cuna para expósitos (bebés abandonados) en la parte que daba hacia La Magdalena.
Getsemaní se distinguió durante casi todo el siglo pasado por el alto nivel educativo de muchos de sus habitantes. Había una cultura fuerte de la educación como patrimonio de los padres para los hijos. De aquí salieron innumerables y prestigiosos profesionales en todas las ramas del saber.
Nuestra insignia pedagógica nació como una escuela de primaria para atender a las niñas del barrio y a las hijas de quienes trabajaban en el Mercado Público. Era una entre varias opciones que había en Getsemaní. Pero por diversas razones se fue quedando sola.
Dos pequeños edificios de Getsemaní tuvieron el mismo cordón umbilical desde la Colonia. Hace un siglo fueron separados; luego unidos como siameses que compartían órganos; separados de nuevo en las últimas décadas. Ahora estarán juntos, como fue su vocación original. Como Aureliano y José Arcadio en Cien Años de Soledad, hasta terminaron con los nombres trastocados.
“Cartagena me hizo marinero soñador y bachiller”, dijo Manuel alguna vez. Sus abuelos paternos, Ángela Vazquez y Manuel Zapata Granados, eran raizales getsemanicenses, así como su padre, el legendario Antonio María Zapata, que salió del barrio recién casado y regresó décadas después con su prole de siete hijos vivos. Manuel, uno de los menores, tenía siete años. En el centenario de su nacimiento, leamos de su propia mano, su vida en Getsemaní.
Ahora los edificios suelen diseñarse con líneas rectas y estar despojados de decoración exterior. Pero hubo una larga época en que el embellecimiento de fachadas, cielos rasos e interiores era parte integral del oficio de diseñar un inmueble. Las volutas, curvas y formas vegetales no solo estaban permitidas sino bien vistas. Eran un signo de la modernidad en la que debíamos embarcarnos para dejar atrás la época colonial.
El reciente aval del Consejo Nacional de Patrimonio a la postulación de la Vida de Barrio de Getsemaní para hacer parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación representa un paso enorme, pero al mismo tiempo es apenas el comienzo de un camino cuyo objetivo último es salvaguardar la esencia del barrio: sus vecinos, su cultura y su manera de ser y de pararse frente al mundo.
Discreta, al lado del Club Cartagena y solo un cascarón en las últimas décadas, la casa de la familia Ambrad, tan tradicional en la medicina de la ciudad, vuelve a la vida con una fachada idéntica a la original.
Una de las obsesiones vitales de Manuel Zapata Olivella fue la reivindicación de lo afro en el tejido de nuestras sociedades. Influido por el orgullo racial de su padre y por una temprana autopercepción como mestizo y mulato dedicó buena parte de su vida a pensar, escribir y ser activista de lo negro y la africanía. Celebrarlo a él es una buena oportunidad para repasar algunas ideas sobre lo afro en Getsemaní, el barrio que lo vió crecer.
En este predio donde hoy funciona el Dadis hay mucha historia de barrio. Aquí funcionó la semilla de lo que hoy es el Hospital Infantil Casa del Niño, una institución de referencia en la pediatría de todo el Caribe colombiano.
Maderas Carrillo llegó hace más de sesenta años desde la Plaza de Bolívar y aquí se quedó, con al menos tres generaciones de la familia trabajando en un oficio que fue muy propio de Getsemaní.
Sobre el nombre de la calle hay claridad: al final, cerca de la bahía de las Ánimas, estaba la aguada de la Marina, un aljibe colonial de grandes proporciones donde se acumulaba el agua lluvia para proveerla a los barcos que atracaban en las inmediaciones.
Getsemanicense hasta la médula, líder desde muchacho, creador del bar Los Carpinteros y hoy presidente de la Junta de Acción Comunal. Una tarde de sábado, en el bar vacío, Davinson nos cuenta en su propia voz de dónde viene y para dónde va.
Las historias, si no se cuentan, se van perdiendo. Esta es la de unos muchachos y unos vecinos bastante mayores que hace más de treinta años se juntaron para hacer algo por su barrio y lo que lograron fue revivir una fiesta centenaria que hoy es un patrimonio vivo de la ciudad y de la Nación.
En la Colonia muchos conventos de América Latina tenían unas grandes huertas y terrenos, a veces tan extensos como barrios, que marcaron el trazado urbano original y cuyas huellas podemos leer hoy. El claustro franciscano de Getsemaní es un buen ejemplo, pero no el único en Cartagena.
¿Cómo un edificio discreto, dedicado a labores menores, terminó siendo el más complejo de interpretar e intervenir en el claustro franciscano de Getsemaní? En esta historia hay un concilio, una garita, dos huertas y un teatro con pantalla curva.
Para el Imperio español una cosa eran las ciudades portuarias y otras las de tierra adentro. La Habana, Campeche, Veracruz, La Guaira o Cartagena tenían su razón de ser en que eran puertos resguardados y defendibles militarmente.
No recuerda cuándo comenzó con la música, pero sí que lo ha acompañado toda la vida. Dice que no hay mucho más que contar pero en realidad sí: hay trabajo, letras, ideas y una visión de mundo que empezó y se mantiene en el barrio.
La calle del Pozo tiene casi tanta historia como el barrio. De su plazoleta salieron los lanceros hacia el centro en 1811 para inclinar la balanza a favor de declarar la independencia total de España.
Agradecemos su disposición y apoyo en la celebración de nuestras tradiciones. Este año, Ángeles Somos se realizará únicamente de manera digital
Para escribir sus memorias, Jesús Taborda Puello -getsemanicense hasta la médula- necesitaría tres tomos y quizás un poquito más. Compositor, poeta, estudioso, galerista, gestor cultural, auxiliar contable, marinero, tornero y trabajador en Estados Unidos, presidente de la Junta de Acción Comunal en un período difícil para el barrio, comparsa de disfraces en los desfiles novembrinos, organizador del Musical Serenata de Getsemaní. ¿Qué no ha sido Jesús?
En la región persiste una rica memoria de cómo se creaba belleza en nuestras construcciones de antes: materiales, formas y técnicas transmitidas por generaciones desde la Colonia. En el hotel que se construye en el viejo convento franciscano, en Getsemaní, estos saberes están ayudando a traer de vuelta técnicas, ornamentos y estructuras de la mano de artesanos y maestros orgullosos de su legado.
En unas pocas décadas, La Sierpe ha sido varias calles a la vez. Ha habido épocas difíciles, de pobreza y bonanza, pero también de una tranquila vida de vecinos. En medio de tantos cambios algo ha permanecido: la familia Shaikh, la del ‘Culi’ y Catalina con sus nueve hijos e hijas. Rijiam, la menor de todos resultó la más fiera defensora de esa calle. Una guardiana a la que nada le pasa por alto.
Comer en Getsemaní siempre tuvo mucho que ver con crear comunidad y disfrutar. De manera cotidiana, pero en especial en las festividades, se compartían viandas entre vecinos y familiares. Y había muchos sitios dónde comer sabroso, a buen precio y rodeado de amigos.
Sobre el origen de su nombre no hay consenso. Sierpe significa “serpiente” en español antiguo y es de las pocas calles que ha mantenido su nombre original desde la Colonia. Eso respaldaría la idea de que su forma curva recordaba a ese animal.
Cartagena casi no se fundó por la falta de agua. Por el agua hubo epidemias, carretas, casas por pares, algunos trazados urbanos y fuentes de empleo en Getsemaní. Hasta películas del Pato Donald y Pepe Grillo en los viejos cines. La relación del barrio con el agua ha sido determinante.
Más que una panadería de barrio era toda una industria panificadora que repartía sus productos por el resto de la ciudad. En la calle San Antonio, sus aromas llenaban la cuadra desde las cuatro de la mañana, cuando se escuchaba el ruido de los carros de balines cargados de pan.
Hubo un tiempo en que Getsemaní tenía varias veces la población residente actual. Los pasajes se convirtieron en una manera de vivir y convivir. Entre ellos, el Pasaje Franco es uno de los más recordados. Era casi un barrio dentro del barrio.
En la edición pasada reseñamos 115 sitios que existieron en Getsemaní y que hacen parte de su memoria. En esta, mostraremos la inmensa riqueza social, cultural y material que hoy encierran estas veintitrés manzanas. Esa riqueza que hay que seguir defendiendo, recuperando y poniendo en valor. ¡A ver cuántos barrios de América Latina pueden enorgullecerse de tener tanto en tan poco espacio!
Para quienes crecieron con el teatro Cartagena como vecino, su fachada era parte del paisaje. Pero un ojo curioso revelaría que tenía algo distinto a los demás inmuebles. Parecía integrada al resto del paisaje urbano, pero al mismo tiempo no.
El Cartagena fue, en muchos sentidos, el teatro de toda la ciudad. Aunque nació en 1941 con la vocación de ser la más moderna y lujosa sala de cine, terminó siendo un eje de nuestra vida social. Allí se hacían los grados y las asambleas; muchos noviazgos nacieron en uno de sus matinés o vespertinas; en su recinto se celebraba el Festival de Cine y se coronaba a la Señorita Colombia.
Miguel es y ha sido líder; cofundador y gestor de Gimaní Cultural y otras iniciativas; economista y negociante; mediador y articulador social; padre y abuelo; estudioso de muchos temas en general y del barrio, en particular; también el fotógrafo más sistemático de Getsemaní y sus tradiciones.
Sobre el origen de su nombre no hay consenso. Sierpe significa “serpiente” en español antiguo y es de las pocas calles que ha mantenido su nombre original desde la Colonia. Eso respaldaría la idea de que su forma curva recordaba a ese animal. Las leyendas varían, pero siempre hay una serpiente y a veces a una bruja o a un gobernador que la capturó.
Un alcalde de Cartagena tuvo hace algunas décadas la ocurrencia de que el Centro histórico debería verse blanco como los pueblos de la Andalucía española. Se ordenó entonces blanquear las fachadas de todos los inmuebles. Algo muy propio de nuestras calles coloniales estuvo entonces —y hoy sigue estando— en peligro de perderse.
Este septiembre celebramos dos años de ediciones mensuales ininterrumpidas documentando la memoria, la historia, la cultura y hasta el ‘swing’ de un barrio icónico e irremplazable.
¿Te has preguntado qué pasó con la tradición Ángeles Somos del 1º de noviembre? Sigue aquí, contigo. El Observatorio de Infancia y Adolescencia Ángeles Somos, y la Corporación para la Capacitación y el Desarrollo Educativo Cartagena de Indias- Coreducar, llevan más de treinta y siete años trabajando para rescatar y revitalizar esta maravillosa tradición.
Hay un Getsemaní que habita en el recuerdo. Un barrio bastante más diverso, con una vida cultural y vecinal muy potente. Personajes, olores y sabores de un tiempo no tan lejano.
Su trono es el pretil de la casa, en la esquina con la calle del Espíritu Santo, el mismo donde su esposo y padre, el inolvidable Mario Vitola se sentaba cada tarde a echarles cuentos de pescadores y espantos a los muchachos del barrio.
Muy pronto veremos una camada de artesanos volcados en la confección de vestuarios para las fiestas del Caribe colombiano: una iniciativa que combina el rescate de tradiciones, con formación especializada y un modelo de negocio para personas o familias que se dediquen a este oficio que ha sido tan propio de Getsemaní.
Si un predio tiene más de cuatrocientos años de historia, pero en él no queda nada en pie ¿qué se toma en cuenta para hacer algo nuevo ahí? Simplificando mucho: ¿Se mira al futuro o se apela al pasado? Si es esto último ¿a cuál pasado?
Fue la obra cumbre de Belisario Díaz, quien quiso darle a Cartagena un teatro de categoría tras décadas de un entusiasmo creciente por el cine pero sin tener un gran sitio propio. Concretarlo le llevó años, pero bastaron unas semanas para que el sueño se le volviera cenizas.
Quizás haya sido la calle más densamente poblada del barrio. A su estrechez se sumaba la existencia de muchas casas accesorias, tan propias de Getsemaní. Mucha vecindad y básicamente ningún comercio en muy pocos metros cuadrados. El resultado fue una de las calles con más vida de barrio, aún hoy.
La filmación de Quemada, hace medio siglo, fue un suceso para toda la ciudad. Su protagonista era considerado el mejor actor del mundo. La historia está reconstruida en la nueva novela El hombre que hablaba de Marlon Brando. Su autor conoce muy bien Getsemaní y lo puso en el centro de la historia.
Detrás de una engañosa sencillez, la parte frontal del templo de San Francisco, en Getsemaní, revela la mentalidad de dos épocas distintas pues -aunque no parezca- hay más de una fachada en esos muros.
¿Has notado que las murallas de Getsemaní son un poco más bajas que las del Centro y que en el Pedregal hay unas puertas como para niños? ¿Por qué nunca se construyeron defensas del lado de La Matuna? ¿Cuántas fortificaciones hubo y cuántas quedan?
¿Querías tener en tu casa productos importados como los perfumes Agua de Farina o Pino Verde? ¿Vaporub, Menticol del rojo? ¿Qué tal whisky Ballantine’s o White Horse y cigarrillos Paxton, Lucky o Kent?
Esta foto fue tomada en 1968 ó 69. Estaban en la Casa del Abogado, en San Diego donde hicieron una fiesta memorable. Los ocho eran el núcleo central de ese clan juvenil y han mantenido una sólida amistad por más de cincuenta años.
Un año sin la maestra, madre, vecina, confidente, conciliadora, organizadora, bailarina, devota, consejera… un sinfín de facetas, siempre alegres y solidarias que caracterizaron a esta mujer, que vivió los distintos Getsemaní que conviven en nuestro barrio.
Junto con el Callejón Angosto se cuentan entre las cuadras con mayor vida de barrio en Getsemaní. Ambas tenían vasos comunicantes como un pasaje que tenía entradas por ambos callejones o un corredor por el que se iba del uno al otro, como si fueran cara y sello de la misma moneda.
Una hermosa tradición cartagenera acaba de completar un paso crucial para ser incluida entre las tradiciones inmateriales protegidas por la Nación: el Consejo Nacional de Patrimonio aprobó la postulación de Ángeles Somos para integrar Lista de Patrimonio Cultural Inmaterial del Ámbito Nacional.
Cuántos getsemanicenses querrían devolver el tiempo para sentarse un sábado en la tarde donde Esther María después de los partidos de bolita de trapo.
En cierto sentido, construir un tejado colonial es como construir un gran barco, darle la vuelta y ponerlo encima de los muros. Por supuesto, es una simplificación, pero es cierta la relación entre el arte de construir embarcaciones y el de hacer cubiertas de edificios. Sus estructuras y funciones se asemejan.
Las pestes y epidemias no han sido ajenas a Getsemaní o Cartagena. De hecho, fueron muy comunes hasta hace un siglo. Al punto que fueron una causa importante en la caída de la población y la economía en el siglo XIX.
Como cierre de nuestra serie, presentamos una puesta al día de este espacio tan importante para Getsemaní. Y dejar una pregunta, tras recorrer su historia: ¿Qué sería deseable o recomendable para el futuro inmediato?
Nuestra historia comienza con un anónimo pintor europeo de mano maestra que desembarcó en Cartagena para seguir su viaje hasta Lima. Pero antes de llegar allá iba pintando frescos en las distintas paradas de su extenso viaje. La primera de ellas, en Getsemaní.
Esta calle corta tiene una historia muy larga. De ser una de las calles menos valoradas, pasó a ser un gran núcleo de vecindad y ahora, un eje de comercio y tránsito entre el Centro y el resto de Getsemaní.
Nieto de sirio libanés y getsemanicense hasta la médula. Padre de tres hijas y esposo de Mariana, otra gran restauradora y motor del Grupo Conservar, con el que han restaurado un sinnúmero de obras patrimoniales. Pudo haberse quedado en otras partes, pero un día, tras muchos años afuera, se dijo: “Me regreso a mi tierra”.
Hijo del Maestro Venencia; profesor de varias generaciones; entrañable vecino, tío y hermano. Hará falta en las tertulias de amigos en la Plaza de La Trinidad, con su aroma de Agua de Farina y su corrección al hablar y vestir.
¡Que la Cueva quedaba en el templo de San Francisco! ¡Que no, que quedaba por el Mercado Público! ¡Que era en el Arsenal, frente al pasaje Leclerc! Señores, los tres tienen razón.
Gabriel García Márquez llegó en abril de 1948 a Cartagena, huyendo de las secuelas de El Bogotazo, de cuyos horrores había sido testigo directo.
Alguien levantó la mano en el grupo Fotos Antiguas de Cartagena, en Facebook, para hacer esta simple pregunta: “¿Quién recuerda el nombre del señor que vendía las comidas más ricas en el mercado del Arsenal?”.
¿Que experiencia sería entrar al templo de San Francisco a comienzos de los años 1600? ¿Qué vería un feligrés nacido en aquella Cartagena de Indias, que crecía pero aún no estaba amurallada?
Manuel Lozano Muñoz lleva más de cuarenta años dando pedal en Getsemaní. Ha vivido el auge y el paulatino deterioro de un oficio en el que el barrio fue epicentro para toda Cartagena: la confección a mano de ropa masculina.
Uno cruza el Parque Centenario y asume que siempre estuvo ahí. Es como un espacio atemporal que debió existir desde la Colonia, ¿verdad? Pero no. Tiene poco más de un siglo de historia como escenario de la vida de la ciudad y del barrio.
Si preguntabas en el barrio por Isabel Guerrero Escudero seguro que casi nadie te sabría dar razón. Pero si preguntabas por ‘Prende la Vela’ ahí sí la cosa era distinta.
A Lina Acevedo las noches ventosas de este abril le recuerdan cuando al Padilla y al Rialto había que entrar con sábanas para protegerse del frío porque eran destechados y al aire libre. Eran los tiempos de las películas mexicanas en aquellos cines a los que les cabían hasta tres mil personas. Pero ella no iba a ver ninguna película.
La mañana del 18 de agosto de 2018 el restaurador mexicano Rodolfo Vallín y su equipo vieron por primera vez y desde dentro la vetusta cúpula del templo de San Francisco, en Getsemaní.
¿Qué es ser getsemanicense? Es una pregunta casi filosófica, pero también muy práctica. Contestarla ahora puede tener un impacto enorme para mantener vivo el legado social y humano del barrio: el resultado de las generaciones que han poblado estas 24 manzanas por casi cinco siglos.
“Cuando me hablan de Getsemaní me dan ganas de llorar. Ahora que vivo en Estados Unidos todo es diferente. Acá es frío, no hay humanidad. No encuentras esa persona que te brinde una sonrisa y una amistad que sale del alma”, dice Flora Ferrer, getsemanicense y en Estados Unidos hace casi treinta años.
El homenaje fue alegre y emotivo. Fue el 9 de enero de 2018, el día de su penúltimo cumpleaños. El barrio se congregó alrededor de aquel hombre en silla de ruedas, con una sonrisa enorme, recibiendo el cariño de los vecinos y de sus ex alumnos. Era el profesor Fortunato Escandón, el fundador del colegio Camilo Torres.
Te acordarás, Delia, de la bicicleta en que te escapabas recorriendo las calles de Getsemaní como un barrilete volando al viento.
El templo de San Francisco, en Getsemaní, está resurgiendo como en su mejor época tras cuatro siglos en los que se le cayó la cubierta por un incendio, fue abandonado y vuelto a usar para tantos propósitos que se ha perdido la memoria exacta de todos ellos.
Hubo una época, durante buena parte del siglo pasado, en que Getsemaní estuvo más densamente poblada que ahora. Eran los tiempos del Mercado Público; de medianas y pequeñas industrias como la Jabonería Lemaitre o Calzado Beetar; de la estación de tren a Calamar; del embarcadero donde hoy están Los Pegasos.
Cuando se estudia a Getsemaní se llega a una conclusión sencilla y con varias implicaciones: desde su inicio hace casi cinco siglos ha sido un barrio en una incesante transformación.
¡Qué calle como la de Carretero para estar en el corazón de Getsemaní! No solo porque desemboca en la plaza de la Trinidad, sino por los vecinos y personajes que la habitaron antes y quienes aún viven allí:
En agosto próximo se cumplen 125 años de la llegada de la Madre María Bernarda Butler a Cartagena.
El pasaje Spath, la Escuela Taller y las calles de Getsemaní son el escenario de un hermoso cortometraje que por estos días se estrena en el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (FICCI).
Esta no es solo la historia de una casa. También es la historia de una familia, y en cierto sentido, la de un mercado y una calle.
Por Nellie B. García Moreno
Para mí todo comenzó luego que mamá me dijera: “Mija, el padre Salazar desocupó nuestra casa en Cartagena.
Está sentada en una mecedora en la sala de su casa frente al zaguán, como antes lo hacían sus padres para esperarla cuando ella salía a bailar al bando, en la plaza de la Aduana.
El baluarte de San José quizás pase un poco desapercibido, incluso para los vecinos de toda la vida, pero en su momento fue una temible estructura militar.
Ver rodar cine y producciones audiovisuales en Getsemaní se ha vuelto una imagen recurrente.
Getsemaní tiene una escuela de cine, algo que no todos saben. Se trata de la Escuela Productora de Cine, en la calle San Antonio.
Es difícil contarle a los muchachos de ahora cómo era la experiencia del cine en Getsemaní en las décadas de los años 40’ hasta los 70’.
“Esto es muy lindo”, dice Boris Campillo al recibir el cariño de los vecinos, que tantos años después lo siguen reconociendo, saludando y abrazando en la calle.
Es de las pocas que aún mantiene nombre de orígen católico, como lo tuvieron en su orígen casi todas las calles y sitios de referencia en las ciudades fundadas por españoles.
Si alguien conoce Getsemaní a ojo cerrado es Nemesio Daza. Por cosas de la vida perdió la vista, pero eso no le ha impedido que lo recorra con total confianza. Por la calle lo saludan: ‒¡Ajá, Nemesio!‒ otros lo detienen y le ‘maman gallo’.
Eran otros tiempos -hay que decirlo- pero darse trompadas con los amigos era algo común y bastante extendido en el barrio.
El Claustro de San Francisco, parte del conjunto hotelero que se está construyendo en Getsemaní, ha vivido en sus más de cuatro siglos una incesante evolución.
Como aves migratorias, desde hace décadas muchos vecinos, por diversas razones, han emprendido un viaje fuera del barrio.
“¡Oye, Wilmer, están preguntando por una peluqueada!” le grita un vecino mientras él está en la plaza de la Trinidad. Corre, se acerca, se presenta y llega a un acuerdo con el cliente.
Antes, para cortarse el cabello en Getsemaní no era necesario llegar a una barbería con grandes espejos y máquinas sofisticadas.
Su nombre completo es calle de Nuestra Señora de las Palmas Benditas porque, según se dice, sus primeros residentes eran muy devotos de esa advocación de la Virgen María.
Imaginen que para salir de Getsemaní por la Media Luna hubiera que hacer fila. Que todavía hubiera muralla y en la mitad de ella.
“Soy getsemanicense de pura cepa. Lo digo y pregono con mucho orgullo. Nací en el corazón de este barrio histórico, en la calle de la Sierpe, a una cuadra de la iglesia de la Trinidad. Tuve una infancia muy sana e inocente.
José Guillermo “Cheo” Romero Verbel: “Cheo Romero nació y se crió en la calle Espíritu Santo. Fue el único hijo de sus padres, Guillermo Romero y Bienvenida Verbel. Sin embargo, su familia fue muy numerosa porque ellos adoptaron a muchos niños y primos de la familia.
Getsemaní es un barrio muy musical, uno donde la salsa en particular caló desde sus inicios. En aquellos tiempos era un género para los vecinos. Hoy, por los diversos cambios urbanos y sociales, es un género que aquí suena para todo el mundo, no solo los locales: también para el turista que busca las esencias del Caribe grande; el cartagenero que llega al barrio a bailar en sitios especializados; el desparchado que solo quiere tomarse una cerveza y escuchar un poco de buena música.
En Getsemaní se sabía que iniciaba el salsero cuando en el barrio se escuchaba aquella canción que decía ‘Estamos aquí desde las dos’ o cuando ponían a sonar a todo timbal ‘Mi querida bomba’, de Johnny Colón.
Hay dos getsemanicenses conocidos por ser buenos salseros. Uno de ellos es Roberto Salgado, de la calle del Espíritu Santo, y Judith Suarez, del callejón Ancho.
En Getsemaní, alrededor del claustro de San Francisco y de otros inmuebles circundantes donde se está construyendo un nuevo hotel ahora se ven obreros, grúas y vallas.
Hace pocas décadas muchos economistas, entidades y gobiernos empezaron a darse cuenta de que la productividad de un país, región o ciudad no debía medirse solamente por lo que generaban sus industrias y comercios.
“Antes las casas y calles del barrio se empezaban a decorar a principios de diciembre. Sin embargo, la fiesta navideña se hacía oficial a partir de la noche de velitas”, recuerda Hernando Palomino, de la calle Espíritu Santo.
Y después de tres entregas, vamos saliendo de la calle de la Media Luna como los viajeros que en la Colonia iban a salir de la ciudad por tierra y al acercarse a la iglesia de San Roque divisaban el revellín, esa puerta de defensa de la que dependía la seguridad militar de Cartagena.
En las excavaciones del Proyecto San Francisco se ha encontrado un testimonio de nuestra historia que nos debe interpelar: los esqueletos de cinco mujeres atadas de manos encima de la cabeza.
En el marco festivo del Cabildo y las fiestas de Independencia también están los lanceros. ¿Qué papel jugaron en todo esto y qué papel desempeñan hoy?
¿Cómo, cuándo y por qué nació el Cabildo de Getsemaní? ¿Qué tiene que ver con los otros cabildos de Cartagena? ¿Cómo entran los lanceros ahí?
Los afiches del Cabildo de Getsemaní han sido obras de arte en sí mismas. Hasta el propio maestro Enrique Grau hizo dos de ellos. Por la amable gestión de Miguel Caballero y de la Fundación Gimaní Cultural los hemos podido presentar aquí como un homenaje a esa forma de celebrar y celebrarnos como barrio.
De entre los afiches del Cabildo, tan memorables, hay uno que se recuerda muchísimo. El de Nilda magnífica como reina en la mitad; con Laureano, Giovanny, Ricardo, Rocío, Lorencita. Amín, Dilia y Vicente, todos vestidos como personajes de la corte.
La calle de la Media Luna tiene historias en cada metro de su extensión. Fue la única entrada por tierra de los artículos que venían del interior.
Quien ha caminado por iglesias coloniales habrá notado que en ocasiones el piso es bastante desigual, como si se hundiera por parches. La razón es sorprendente: por varios siglos allí fueron enterrados.
“Había varios vecinos contrabandistas en el barrio. De hecho, mi papá era uno de ellos. Se llamaba Manuel Solano Hoyos Tapia".
El orígen remoto de nuestra tradición de Ángeles Somos es muy, pero muy antiguo. Nos conecta con raíces muy profundas de la historia humana y de la religión, pero al mismo tiempo lo hemos convertido en algo muy nuestro.
Poco queda del arte mural que debió adornar el Claustro y el Templo de San Francisco, pero es imperativo recuperarlo y protegerlo para el futuro inmediato y para la posteridad. Es lo que se está haciendo ahora con dos obras que hablan mucho del pasado.
¿Quién de los vecinos criados en Getsemaní no conoce a Rosita Díaz de Paniagua? ¿Quién no la ha visto argumentar, proponer y ponerle los puntos sobre las íes a más de uno, sobre todo si viene a pontificar desde afuera?
Después de sesenta años a Antonio -Toño- de Aguas se le sigue viendo sentarse en la Plaza de la Trinidad. Ahí, en ese lugar donde no solo bateó la tapita y la bola de trapo, sino también donde de niño corría a ‘esconder la penca’ o tirar la ‘latica’.
Oh la lá es una curiosa mezcla: es un restaurante clásico, sí, pero también una casa; y un centro de experiencias gastronómicas; y donde tomarse algo en las tardes -un café y un postre.
Para comenzar convengamos un punto de partida: todos sabemos dónde termina la calle de la Media Luna: a la salida de Getsemaní hacia Papayal, donde quedó el Revellín.
Al Camellón de los Mártires todos lo hemos atravesado muchas veces en la vida, pero de tanto estar ahí se nos ha vuelto paisaje: una tierra de todos y de nadie.
Para creencias, agüeros y temores todos tenemos alguno, pero démonos una licencia en este octubre de brujas y espantos para sacarlos a la luz e imaginar un Getsemaní poblado de fantasmas, misterios y leyenda.
Plutarco Meléndez -‘Pluto’ para sus vecinos de toda la vida- nos propone dar la misma vuelta que cada tarde daba con los amigos de la niñez: empezar por su casa de la calle Lomba, callejón Ancho, calle del Pozo, callejón Angosto y retorno.
Hablar de carretas en Getsemaní nos lleva a rememorar la época de la Colonia cuando el Arsenal - Apostadero, de la Marina, era uno de los principales promotores de la economía local.
Un recuerdo en un aroma. Así rememoran los de más edad en el barrio a la calle San Antonio: los carros de balines que salían desde las cuatro de la mañana de la Panadería Imperial para surtir en tantos sitios de la ciudad.
¿Cómo se reconstruye en el siglo XXI un edificio neoclásico de comienzos del siglo XX, ubicado en el Caribe, que fue proyectado de manera magnífica por un arquitecto francés, pero que no se terminó de construir de acuerdo al plan?
En la pasada edición vimos cómo el Camellón de los Mártires no surgió de la nada sino que tras conseguir la Independencia una manera de construir la identidad de la nueva nación era honrar a quienes habían ofrendado su vida por esa causa.
A eso de la seis de la tarde la plaza de la Trinidad empieza a cambiar. Muchos de los vecinos del barrio que la frecuentan todas las tardes se levantan después de haberse refrescado.
Esta es la duodécima edición de El Getsemanicense. Un año ha pasado ya desde que comenzamos este camino.
Tres generaciones en una misma casa de la calle del Pozo: tres mujeres getsemanicenses que representan a quienes se han quedado en el barrio y lo han vivido con sus altibajos por más de medio siglo.
“Esto aquí es el desvare o el saca de apuro” dice Manuel Támara, getsemanicense y propietario del local de ropa de segunda mano en la calle de Guerrero. Él recibe a sus clientes en bermuda, camiseta y chancletas en el pretil de su local.
Hoy se llama el Camellón de los Mártires, pero antes -en la Colonia y comienzos de la república- tuvo diversas formas y usos. Sin embargo, a lo largo del tiempo ha cumplido dos funciones: conectar y ser punto de encuentro.
En Getsemaní hay dos pequeños edificios muy parecidos que alguna vez fueron un mismo predio y que tienen una gran vista sobre el Camellón de los Mártires y la Torre del Reloj.
Su verdadero nombre es Arcángel San Miguel, pero le pudo más la tradición popular, que lo llamó Las Ánimas del Purgatorio.
En el Centro Comercial Getsemaní la vida late de muchas maneras. Hay tantos locales -distribuidos como si fuera un barrio con sus calles internas.
Las calles Larga y de la Media Luna fueron las primeras del barrio y alrededor de las que fueron trazadas las demás. Son tan antiguas que ya aparecen en un plano de 1597.
“¡Allá viene Ramón, vamos a armar el juego aquí de una vez!”, dice Octavio González Pérez, ‘Papá Ucha’, sentado en la calle del Pozo frente al callejón Ancho.
“Si necesitas saber algo del barrio llega donde Papá Ucha, que él te puede contar todo”, te dicen en el barrio. Es getsemanicense, alto, moreno y tiene una sonrisa que casi siempre acompaña con fuertes carcajadas. Cuando habla también lo hacen sus manos, sus ojos y las expresiones de su cara.
El influjo árabe en Cartagena está tan presente que suele olvidarse. Están los apellidos más obvios, pero hay muchísimo más. El aporte de esta comunidad a la vida económica y social de la ciudad ha sido enorme.
Es un martes de junio al mediodía. Afuera en la ciudad, la ola de calor golpea a la ciudad. Aún así la iglesia de la Orden Tercera, al comienzo de la calle Larga, está llena.
¿Recorrer Getsemaní y comer como en la casa de uno de los vecinos del barrio? En la calle de Guerrero funciona desde hace seis años el restaurante el Buffet de la Plaza.
“¡Las tiendas eran la vida del barrio! Ese era el sitio de encuentro donde llegaba toda la información ¡Era el punto del chisme! Algunas tenían en su interior bancas largas de madera en las que la gente se sentaba a hablar mientras esperaban para ser atendidos".
Comenzamos en la edición pasada por contar los múltiples nombres formales que se la han dado a la calle Larga, pero que nunca le han podido ganar al nombre popular.
Tres cocineras de Getsemaní representarán al barrio en la Feria Gastronómica Cuchara E’ Palo 2019, que en su segunda edición busca consolidarse como el evento más importante de este tipo en la ciudad.
Dominga Pérez estaba tranquila en la mecedora de la sala de su casa en Papayal, a eso de las tres de la tarde. De pronto asoma Aníbal Amador y abre la reja con la confianza de un viejo amigo.
Como diría el Joe: quiero contarle mi hermano un pedacito de la historia nuestra, caballero.
La Casa Ambrad, al lado del Club Cartagena, creció a su sombra y también languideció con la caída de su vecino, hasta convertirse hasta hace muy pocos años en una cascarón de fachada, con puertas y ventanas pintadas sobre unos muros tapiados.
Cuando era niña, había compañeras de colegio que le hacían el feo para ir a estudiar a su casa porque no querían pisar el barrio.
De la calle Larga se puede escribir un libro entero. ¿Y cómo no va a ser si junto con la de la Media Luna fueron la base del trazado de calles de Getsemaní y tiene más de cuatro siglos de historia?
La Nena Morán y su hermano Gustavito le dieron bastantes vueltas al asunto: ¿que negocio poner en el local de la casa que recién había quedado vacío?
Al parecer no solo quedarán los recuerdos de actor Will Smith caminando por las calles de Getsemaní durante el rodaje de la película Gemini Man.
Emil Marún es un descendiente de la colonia sirio libanesa asentada en Getsemaní.
Recorrer nuestro barrio con los ojos puestos en sus casas y construcciones es una lección de arquitectura e historia como pocas en Colombia: capa tras capa, muro tras muro, incluso los que se ven más deteriorados.
“¿Estás loco? ¿Proteger la sentada en el pretil, las carretillas y los juegos de mesa?” Eso podrán preguntarse algunos. Y la respuesta es un sí rotundo. Se puede y se deben proteger.
¿Cómo luciría Pedro Romero si viviera hoy entre nosotros? Nadie tiene certeza, por supuesto. Menos cuando su imagen, a diferencia de otros próceres cartageneros, no fue preservada ni glorificada.
Según cuenta Donaldo Bossa en su libro, la calle se llamó así por dos razones: anteriormente hubo allí un arbusto que le daba cierta vistosidad a la cuadra y cuando la gente pasaba decían “¡Qué maravilla, qué maravilla!”
“Cuando eran las nueve de la noche comenzaba a tocar la orquesta. La pista de baile se abría con el vals Danubio Azul".
“Muchas personas creen que el Centro de Convenciones de Cartagena de Indias se reduce al auditorio Getsemaní y no es así: tenemos 23 salones más.
Getsemaní y sus habitantes han sabido reinventarse económicamente en cada época. En algún tiempo el barrio fue el epicentro económico de la ciudad y siempre, en todo caso, fue uno de sus grandes motores.
“Entonces alguien me dijo: -Oye Faruk ven acá. ¿Verdad que tú tienes un grupito de música en tu universidad, en Bellas Artes? Necesitamos a alguien que cante en la coronación de Jennifer. ¿Te le mides?-.
Hasta un siglo, aquello era todavía un caño o brazo de la Ciénaga. Ya habían desecado una parte para hacer la estación del ferrocarril, por la cuadra donde ahora queda el edificio del Banco Popular.
“Ser Vigía es velar, cuidar y en nuestro caso, apropiarse de la historia y del patrimonio material e inmaterial de Cartagena. Todo el mundo debería conocer la historia de nuestra ciudad y la de sus monumentos.
“El mercado fue chévere, bacano. Recuerdo esa bulla, el desorden, los bultos que pasaban de aquí para allá, la tiradera de tomate entre los vendedores mamando gallo, se tiraban el tomate y le pegaban al que fuera, eso era sabroso.
“¡El viernes Santo se veían los platos de comida salir y entrar de las casas! dice Inés Hoayek sentada junto con Carmen Pombo en el callejón Angosto.
Cuando se piensa en patrimonio quizás lo primero que viene a la mente sean elementos materiales como un edificio, una iglesia, una pintura o una escultura.
El Teatro Cartagena -desde su apertura en 1941 y por varias décadas- fue la opción elegante de ver cine en la ciudad.
El conjunto de antiguo convento de San Francisco y sus huertas -donde estaban casi todos los antiguos cines- junto con el Club Cartagena.
El asunto no era -como hoy- ir a cine una vez al mes, si acaso. Era cosa de todos los días: ver películas, sí, pero también hacer pilatunas, colársele al portero, hacer amigos y novios.
“¡Allá va Pepino apurado en esa bicicleta!” le gritaban a Ramón Díaz cuando recibía el rollo de la película que tenía que llevar del teatro Padilla al Teatro Colonial en Bazurto.
Si bien en Cartagena las primeras películas se proyectaron en la calle del Coliseo -en el Centro- fue en Getsemaní donde el cine se volvió costumbre.
Getsemaní vivió por décadas la gloria de ser el epicentro de espectáculos para la ciudad, incluidos el Reinado Nacional de la Belleza y el Festival Internacional de Cine de Cartagena.
Los viejos teatros fueron fundamentales en la vida social de Getsemaní entre la década del 30 y hasta el fin de siglo XX.
El intenso romance entre Getsemaní y el cine duró casi ocho décadas y contribuyó a formar el sentimiento, el vestir, los deseos y la cultura del barrio en el siglo XX. Pero no era solo el cine.
Cinco hermosas matronas de Getsemaní que se representan a sí mismas y muchas otras, pero sobre todo, a una forma de ser del barrio.
La historia del Claustro y el conjunto de San Francisco, las primeras edificaciones construidas en Getsemaní.
“Todo empezó jugando ‘Calao’. Llegábamos del puente Román de bañarnos".
El mercado público -tan esencial en la vida del barrio- comenzó como un espacio mucho más elegante y atractivo visualmente de lo que se conoce de su final en 1978.
¡Un museo vivo de la salsa! Así es Quiebracanto, el bar que llegó en 1993 al edificio Puerta del Sol.
Hay que comenzar corrigiendo un equívoco: no es calle del Guerrero sino calle de Guerrero. El orígen de su nombre no es un luchador mítico o algo así, sino el apellido de un vecino “que pudo ser D. Pedro Guerrero y Paz.
El mural más grande de Cartagena se transformó y los cartageneros escogieron su diseño final: El Mercado de Pescados de Oro.
En el antiguo templo de San Francisco, en Getsemaní, detrás de los viejos teatros hay una cúpula que se ve poco desde la calle.
¿Quién no ha visto a Florencio Ferrer caminar por las calles de Getsemaní?
“El Getsemanisense es la canción del barrio. Cuando suena yo la bailo, y si la ponen en una fiesta ¡para qué! a todo el mundo le gusta".
Por casi medio siglo XX la Jabonería Lemaitre hizo parte central del paisaje de Getsemaní.
Un fragmento de loza, botón o baldosa, son cada uno, una pista histórica para viajar a otros tiempos.
Puede que para muchos el origen de Las Tablitas sea un misterio. Parece tan vieja como el barrio si pensamos que hacia mediados de los años 1600 ya se hablaba de casas de tablitas en Getsemaní.
Dos artistas frente a los antiguos teatros de Getsemaní sacan varias latas de aerosol y comienzan a darle vida al encerramiento de esa obra en restauración.
Del nombre poco se sabe. Viene de la Colonia y los vestigios apuntan a la región de León, en la actual España.
El patrimonio de una comunidad no es solo material como las murallas, las construcciones o los hitos de arquitectura.
¡Nilda, Nilda, Nilda! La de la calle San Juan. La que llevó a Getsemaní como una patria a Loma de Piedra y a Roma, al otro lado del mundo donde estuviste como ausente como por diez años.
Excavar y hacer arqueología en las zonas históricas de Cartagena significa largas jornadas de un minucioso trabajo para desenterrar y darles de nuevo la luz a objetos y restos que no la han visto en siglos.
¡Menuda decisión! Si nuestro nombre iba a ser el gentilicio del barrio teníamos que acertar en un tema muy simple: ¿se escribe con C o con S en la sexta consonante?
Vocación, talento, recursividad, un inmenso amor por lo que hacen, herederos de largas tradiciones o aprendices de los que han ido llegando: así son estos cinco artesanos criados y nacidos en Getsemaní. En diciembre llega su mejor mes.
Para historias, las que tiene esta calle. Tantas que aquí no caben todas. Y tiene que serlo pues su origen se sitúa tan temprano como en 1603, cuando la Orden de San Juan de Dios.
A María Josefina Yances, una socióloga apasionada por la comida de nuestra tierra le debemos la buena fortuna de que en Getsemaní se pueda disfrutar todos los días de varios platos sinuanos.
En el Pedregal este diciembre se lanza de nuevo la bola de trapo con dos cuadrangulares como preámbulo del tradicional campeonato, que se realizará en marzo de 2019.
“¡El día de las velitas era candela! Desde las cuatro de la mañana estábamos despiertos, corriendo por todas las calles de Getsemaní con las latas".
José David Guerra camina por los pasillos de la Escuela Taller de Cartagena, en la calle del Guerrero. Saluda a sus compañeros levantando las cejas y sonriendo a medias. Lo conocen mucho.
Esteban Cortázar, el reconocido diseñador colombiano echará la casa por la ventana en la calle del Espíritu Santo con una iniciativa que lleva meses trabajando y en la que participarán decenas de marcas y creadores.
Este jueves 13 de diciembre se estrenó en el Centro de Convenciones la última obra de la Compañía del Cuerpo de Indias, que es el núcleo profesional de El Colegio del Cuerpo.
Pronto la inmensa y muy visible imagen de la mujer afro en La Matuna, cerca de la estación de Transcaribe le dará paso a una nueva obra de arte urbano, realizada por sus mismos creadores.
Se dice que en la época de la Colonia los pescadores de Barú y Tierrabomba venían a vender alimentos como yuca y maíz en uno de los puentes cercanos.
La respuesta de los vecinos en las calles leyendo El Getsemanicense de la primera a la última página ha sido el mejor regalo tras los meses de preparación, diseño y reportería.
La calle de San Juan Evangelista es una de los pocas que aún mantiene su nombre colonial.
Gastón Lelarge imaginó una Cartagena que tuviera edificaciones convertidas en los hitos visuales y de arquitectura que no tenía la ciudad de hace un siglo.
Florencio Ferrer y Martín Alfonso Morillo se dieron a la tarea fundamental de “documentar y describir algunos de los aspectos que identifican al barrio Getsemaní.
Si tienes la suerte de haber vivido en Getsemaní, luego el barrio te acompañará a donde vayas por el resto de tu vida, porque Getsemaní, es una fiesta que nos sigue.
Ahora que han terminado las Fiestas de Noviembre, después del jolgorio y la maicena es bueno sentarse en la mecedora a preguntarse de dónde viene esa celebración.
“Ángeles somos del cielo venimos pidiendo limosna pa´ nosotros mismos” es el canto que más se escucha cada primero de noviembre por los barrios de Cartagena.
Uno le pregunta a Jesús, el fundidor de la avenida El Pedregal que cuántas generaciones de su familia recuerda que sean raizales de Getsemaní.
¿Qué tal mostrar de otra manera, más digna y altiva, a las vendedoras ambulantes de fruta o de chance del Caribe colombiano, profundizar en su vida y en las huellas de ese trasiego de décadas bajo el sol?
¿Habrá un plan más cartagenero que comer fritos en las esquinas? En Getsemaní, por ejemplo, hay dos fritangueras raizales que complacen los paladares propios y de afuera.
Por años tuvo una de las mejores vistas de Cartagena. Al despertar, sin salir de la cama, podía ver en la mismísima Torre del Reloj qué horas eran.
Nacimos para contar el barrio, su historia, su gente, sus tradiciones, sus sueños, retos y oportunidades. Y lo hacemos desde una mirada optimista y realista a partes iguales.
La ubicación del Club Cartagena, frente al Parque Centenario, no fue escogida en vano. Allí debías estar si hacías parte del comercio de la ciudad a comienzos del siglo XX: cerca del mercado y del puerto.
“Bando pa’l jueves, cabildo pa’l domingo” gritaban los manifestantes en el Parque Centenario, vestidos de negro y con atuendos novembrinos, para protestar por el cambio de fecha de la celebración.
Jean Carlos Rangel, abogado, músico y hotelero nacido en Plato Magdalena, pero adoptado por Getsemaní le ha dedicado meses a un empeño improbable: hacer un himno para el Cabildo.
Pronto 196 faroles iluminarán de otra manera 27 calles de Getsemaní. Lo más importante es lo que no se verá: bajo tierra estarán los cables que ahora cruzan las calles.
En el barrio viven dos cocineras que se llaman igual. No sólo comparten su nombre, también el secreto y la sazón del tradicional arroz de cangrejo, plato típico del barrio.
La familia Gaviria, tradicional en el Callejón Angosto, se encontró un día con que la carpintería de toda la vida no le estaba dando lo suficiente para comer y llevar los gastos de la casa.
A Gladys Moreno, ‘La Mona’, nada le ha impedido desfilar en el Cabildo de Getsemaní desde hace treinta años. Ni siquiera haber vivido doce años en Estados Unidos.
Aquel día en que Pedro Blas bajó del barco para pasar unos días con su familia no sabía que sus vecinos de toda la vida le estaban preparando un homenaje.